domingo, 21 de febrero de 2010

Cuaresma vs. Carnaval

Comenzamos hoy el primer domingo de Cuaresma, un tiempo de preparación para la gran celebración de la Pascua de Resurrección. Época para consolidar la fe y la vida cristiana y reflexionar en nuestros adentros de ello. Ya el pasado miércoles comenzaba este tiempo litúrgico con la imposición de la ceniza y la invitación a la conversión en el evangelio.

Semanas anteriores se ha celebrado una fiesta de lo más popular a nivel mundial como es el carnaval. El término carnaval proviene del latín medieval "carnelevarium", que significaba "quitar la carne" y que se refería a la prohibición religiosa de consumo de carne durante los cuarenta días que dura la cuaresma.

En la Edad media, tan inflexible en los ayunos, abstinencias y cuaresmas, y con persecuciones a quienes no respetaban las normas religiosas, sin embargo, renació el carnaval y se continuó la tradición hasta la actualidad en muchos lugares del mundo. En esta época, se celebraba con juegos, banquetes, bailes y diversiones en general, con mucha comida y mucha bebida, con el objeto de enfrentar la abstinencia con el cuerpo bien fortalecido y preparado.

Actualmente aunque la fecha del inicio de cuaresma es decisivo para la finalización del carnaval, vemos en estos días como ambas celebraciones coinciden.

Este fin de semana ha tenido lugar en Rociana los cultos a Jesús Cautivo. Para ello la imagen se colocó en un lateral del altar mayor bajo dosel, ataviado de túnica de damasco morada y cíngulo dorado.


Sin embargo a la misma vez, se ha celebrado el “Entierro del conejo”. Ésta es una fiesta muy popular en tantos pueblos de Andalucía, siendo lo peculiar el animal enterrado. Si aquí lo tradicional siempre ha sido un conejo, en otras puede ser un choco, un boquerón, un besugo y por supuesto una sardina.
Ayer fue este entierro. Tras una procesión de este animalito (indultado desde el año pasado), fue llevado al recinto ferial para ser quemado. Unos cuarenta niños vestidos de viuda lloraban por la muerte de su animal. Hacía años que no veía esa estampa, cuando a principio de los 90 no solo eran los niños sino los mayores también, los que se afanaban enlutándose y llorando desconsoladamente al lamento de “¡ay mi conejo!”.

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